Un atentado conmociona Madrid. Una mujer herida en el atentado es físicamente idéntica a Ana, directora de la Policía Científica de Madrid. En otro lugar de la ciudad, María, bibliotecaria, está profundamente conmocionada por lo ocurrido. Al final del día. Alejandra vuelve a casa conduciendo y el deslumbramiento de otro coche hace que se estrelle contra una farola. Una historia de amistad entre mujeres que se apoyan para superar los retos y dificultades a los que se enfrentan cada día.
Capítulo I «… En el mismo momento en que Ana iniciaba el trayecto diario hacia su oficina, en la moderna carretera de circunvalación M-55, una explosión sacudía la caravana de acceso a la capital. Coches reventados, heridos y muertos se desplegaron por el asfalto.Apenas unos minutos después de que todas las alarmas se hubieran disparado, los equipos de investigación llegaban al lugar del suceso. Bomberos, artificieros y personal de urgencias médicas intentaban rescatar los cuerpos de los heridos del amasijo metálico en que se habían convertido los coches más próximos a la explosión. Una bomba de gran potencia parecía haber sido la causa.Lorenzo, el fotógrafo más veterano del Departamento de Criminología Central, hacía fotografías con el ritmo y el pulso de un profesional acostumbrado a todo tipo de impactos y escenas. Cuando regresó al furgón se quedó lívido. Dos camilleros y una médico trasladaban a uno de los supervivientes.—¡Ana! ¡Ana! —exclamó.—¿La conoces? —inquirió la doctora mientras intentaba ajustar una mascarilla de oxígeno en la cara de la mujer.—No sé, me pareció reconocerla. —Se estremeció—. Me habré equivocado.El rostro de la víctima estaba empapado de sangre, y su cuerpo, envuelto en una capa térmica de chillón color naranja. Sus ojos le habían mirado por un momento antes de cerrarse otra vez.—¿Adónde la lleváis? —preguntó.—Vamos a intentar trasladarla en algún helicóptero. Está muy grave y, además, esto se está volviendo peligroso. Nos han dicho que evacuemos.Lorenzo corrió hacia el coche, apretando con fuerza la cámara en su mano. Allí, sus compañeros le estaban apremiando para que subiera. Tenían que marcharse inmediatamente. Había mucho combustible en la carretera y, aunque los bomberos intentaban hacer una barrera de espuma, no podían evitar que el fuego se extendiera como un reguero.En el furgón, de vuelta al centro de investigaciones, el fotógrafo llamó a la central.—¿Ana?—No, no ha llegado aún. —Se oyó la amable voz de su secretaria.—¡Pues, localízala! —gritó casi el hombre, angustiado.Sus compañeros se miraron extrañados, ya que tenía fama de ser un tipo con mucho aplomo y, ahora, estaba pálido y desencajado.—¿Qué has visto? ¿Por qué tienes que localizar a Ana? —le preguntó la conductora del vehículo…»